Un misión científica ha encontrado en la selva tropical de Papúa, en la isla de Nueva Guinea, un auténtico mundo perdido. Ha descubierto decenas de nuevas especies de plantas, mariposas, ranas, pájaros y mamíferos, en un paraíso poblado por animales que nunca antes han tenido contacto con el hombre y por eso no le temen. Los biólogos han rastreado durante unas semanas sólo los alrededores de su campamento base y han centrado su atención sobre todo en los vertebrados, pero los resultados han sido extraordinarios, lo que lleva a pensar que entre los seres vivos más pequeños esperan miles de sorpresas en los miles kilómetros cuadrados de selva tropical virgen de las montañas Foja, en Indonesia.
Lo que no ha habido es ningún criptozoólogo implicado en el descubrimiento, aunque supuestamente se dedican a la búsqueda de especies desconocidas. Pero es que ha ocurrido lo de siempre: mientras los criptozoólogos intentan dar caza al monstruo del lago Ness, al yeti o a un pterodáctilo, los biólogos se topan con animales nuevos y los presentan al mundo. Lo mismo sucede en otras disciplinas. No hay ni un avance del conocimiento que pueda atribuirse a parapsicólogos, pseudohistoriadores, ufólogos y médicos alternativos. Sin embargo, los psicólogos y neurólogos nos ayudan a entender cada vez mejor cómo funciona nuestro cerebro; los historiadores nos aclaran episodios oscuros del pasado reciente y hasta de los tiempos en que éramos chimpancés bípedos; los astrónomos nos abren los ojos a un cosmos siempre sobrecogedor; y los médicos desarrollan terapias para ayudarnos a superar o sobrellevar la enfermedad. La ciencia nos ayuda, nos ofrece beneficios y conocimiento; la pseudociencia nos promete una y otra vez la piedra filosofal en forma de seres asombrosos o superpoderes, pero ¿qué ha aportado al ser humano? Nada. Exactamente lo mismo que los criptozoólogos al hallazgo del mundo perdido de la isla de Nueva Guinea y los pseudohistoriadores al descubrimiento del hombre de Flores, el pequeño antepasado nuestro que se extinguió hace sólo 18.000 años y del que hasta 2004 no sabíamos que hubiera existido.
Lo que no ha habido es ningún criptozoólogo implicado en el descubrimiento, aunque supuestamente se dedican a la búsqueda de especies desconocidas. Pero es que ha ocurrido lo de siempre: mientras los criptozoólogos intentan dar caza al monstruo del lago Ness, al yeti o a un pterodáctilo, los biólogos se topan con animales nuevos y los presentan al mundo. Lo mismo sucede en otras disciplinas. No hay ni un avance del conocimiento que pueda atribuirse a parapsicólogos, pseudohistoriadores, ufólogos y médicos alternativos. Sin embargo, los psicólogos y neurólogos nos ayudan a entender cada vez mejor cómo funciona nuestro cerebro; los historiadores nos aclaran episodios oscuros del pasado reciente y hasta de los tiempos en que éramos chimpancés bípedos; los astrónomos nos abren los ojos a un cosmos siempre sobrecogedor; y los médicos desarrollan terapias para ayudarnos a superar o sobrellevar la enfermedad. La ciencia nos ayuda, nos ofrece beneficios y conocimiento; la pseudociencia nos promete una y otra vez la piedra filosofal en forma de seres asombrosos o superpoderes, pero ¿qué ha aportado al ser humano? Nada. Exactamente lo mismo que los criptozoólogos al hallazgo del mundo perdido de la isla de Nueva Guinea y los pseudohistoriadores al descubrimiento del hombre de Flores, el pequeño antepasado nuestro que se extinguió hace sólo 18.000 años y del que hasta 2004 no sabíamos que hubiera existido.